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Pantallazo
Sueño hecho realidad

Del Plan Ceibal a la NASA: “Soñar Robots”, la película que ubica el centro en todas partes

Conversamos con Pablo Casacuberta, director del documental: “La película quiere que te preguntes: ¿estoy haciendo algo que valga la pena?”.

04.11.2021 12:50

Lectura: 7'

2021-11-04T12:50:00-03:00
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Por Lorena Zeballos
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Si tuvieras que explicarle a alguien que no sabe nada de Uruguay “¿qué cosas hacen a la identidad uruguaya?”, ¿qué responderías?

Pablo Casacuberta (cineasta, escritor, músico) descubrió que la robótica ya forma parte de ella.

Este 4 de noviembre llega a los cines su largometraje documental, Soñar robots, una película que no se centra en la tecnología, ni siquiera en los adolescentes. Es una película de la vida, de levantarse y salir adelante.

En tan solo 85 minutos, niñas, niños y adolescentes del interior reflexionan sobre su lugar en el mundo y el legado que pueden dejar a través de su pasión por la robótica.

Es una película que no conoce de colores políticos; que deja chiquita aquella afirmación de que se están creando “idiotas informáticos o idiotas recreadores” y descubre la realidad de jóvenes brillantes que son un ejemplo para el mundo en resiliencia, humildad y trabajo.

Al final, solo se puede salir de la sala con una pregunta: ¿estoy haciendo algo que valga la pena?

Pablo, ¿Cómo comenzó la idea de Soñar robots?

Primero GEN centro de artes y ciencias tiene como misión “patrimonializar” procesos intelectuales del Uruguay. A nivel individual empecé a ver en el diario notas de “chiquilines en Maldonado ganan un concurso para diseñar una nave espacial”, “chiquilines en Canelones…” y cuando uno lo ve así, salpicado, podría pensar que se trata de un conjunto de procesos aislados, cuando en realidad todo tiene en común un sustrato: Uruguay está atravesando un proceso de cambio educativo, que tiene muchas puntas y por detrás está el plan Ceibal. Había eventos grandes de robótica en Uruguay que no veía en la primera plana de los periódicos. Luego cuando empiezo a redactar un proyecto me doy cuenta de que tiene una demografía gigantesca que involucra a todo el país y tiene un impacto fundamental en el interior, especialmente en áreas rurales. Despierta el mismo volumen de pasión que antes se le dispensaba exclusivamente al fútbol. La misma dinámica de orgullo colectivo: con banderas, cánticos, hinchada… Que tiene una dimensión deportiva alrededor de un proceso intelectual. Eso me pareció increíble y al mismo tiempo noté que es una identidad uruguaya, que conecta perfectamente con el largo historial de experimentación en este país y todavía no había tenido su película.

¿Tenías algún prejuicio antes de filmar?

Yo tenía una idea capitalina donde se ve al interior rural como periférico a la globalidad. Lejos de los centros donde se piensa la contemporaneidad. Ese prejuicio el proceso de filmar la película contribuyó a derribarlo. El slogan del afiche dice “el centro del mundo está en todas partes” porque cuando ves la película te da la noción que el centro del mundo es Migues y Toscas de Caraguatá y San Jacinto. Esos chiquilines, que hayan nacido con un cuadro virtual de la realidad lo tienen absolutamente incorporado.

Lo comparabas antes con el fútbol. En la película se refleja que no les da igual perder, pero se refleja el grado de camaradería que tienen…

Son chiquilines que tienen incorporado como parte del proceso que tenés que entender y ayudar a un coreano, que tenés que colaborar como parte de la competencia. Te dan muchas lecciones de capacidad de contemplación del otro, un nivel de respeto que nace de que el proceso de ensayo y error te enseña que nadie tiene el monopolio de la verdad. Eso lo tienen incorporado a los 14 años de formas que los adultos no. Y eso no solo te sirve para ingresar al mundo de las matemáticas o la ingeniería, sino para entender cómo funcionar en sociedad.

Algo que llama la atención es la naturalidad con la que hablan los chicos durante toda la película, no se siente una pose o guion en ningún momento. ¿Cómo lograron eso?

Hay varios elementos: son parte de una generación que documenta su vida desde fotografiar el plato de comida a sacar 40 fotos en el patio del liceo sin que haya una causa. Son chiquilines a los que no les causa temblor estar frente a una cámara. Además, han estado bajo la mirada mediática muchas veces, con experiencias vitales que muchos adultos no hemos tenido. Y al mismo tiempo GEN siempre intenta crear un espacio emocional, donde no se describan solamente procesos técnicos, sino que detrás hay humanos con expectativas y sentimientos; eso los chiquilines lo expresan con inocencia difícil de obtener de un adulto.

¿Cómo fue el proceso de selección?

Uno tendería a pensar cuando ves a una selección de jóvenes tan virtuosos que eso se produjo en una selección entre 200 niños… No, fue una selección a partir de relativamente pocas entrevistas, con resultados increíblemente afortunados. Hay algo que la película se propuso hacer desde el inicio y te das cuenta al final. Podés mirar a la adolescencia como una fuente de conflicto y de furia emocional o historias construidas en torno a las dificultades sociológicas que atraviesa el adolescente. Acá queríamos que veas al adolescente como no se lo ve nunca: como una fuente de ideas que obligan a interpelar tu propia visión sobre la contemporaneidad. Expresan ideas desde el principio hasta el final. A veces uno pensaría que lo único que la adolescencia trae son problemas y no, es un caldo de cultivo de ideas nuevas. Eso quería la película, que siendo adolescente o adulto te preguntes: ¿estoy haciendo algo que valga la pena?

Otro detalle… El diseño sonoro. No hay silencios, el acompañamiento musical te hace estar en sintonía con todo lo que va pasando…

La música es de Gabriel Casacuberta, hemos sido una dupla toda la vida; él tiene una capacidad increíble para que la música construya trama. Justamente los procesos que parecían hechos aislados era lo que queríamos que la música subsanara; la construcción de la historia es coral y quería que eso fuera subrayado por la música. Combina milongas y chamarritas, con instrumentos acústicos y sensibles. La música te dice de una forma sutil: esto que estás viendo es un solo proceso con un millón de variantes. Tiene que ver con las raíces; no es una película sobre programación, es una película sobre cómo la tradición se une a una construcción de futuro a través del proceso educativo.

Si bien los adultos no son protagonistas de la película, sí se muestra a través de las voces de los niños cómo los docentes ocupan un papel fundamental en su vida. ¿Cómo lo vivieron en primera persona?

Así es. Solo hablan adolescentes, desde el borde de la niñez hasta adolescentes descalificados “por viejos”, por tener 17 años. Nadie en esta película que nos diga algo importante para vivir tiene más de 17 años. Chiquilines con una construcción de su lugar en el mundo y el impacto de sus acciones en el futuro… realmente envidiable.

Una decisión bastante drástica que tomamos al inicio es que en la película no hablaran adultos; solo habla uno, 17 segundos. Pero ha sido una experiencia muy interesante mostrar la película a docentes en general y particularmente a los docentes que hicieron posibles estos crecimientos en los niños; ellos no se extrañan en absoluto por su ausencia en la película, porque se refleja su trabajo. Uno de los chicos lo describe de forma magistral: “Nací en el lugar ideal” y lo que lo convierte en el lugar ideal es el docente.

Por Lorena Zeballos
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